Álvaro Ruiz Cruz / El Aventino
A lo largo de muchas generaciones, la ecología ha sido objeto de atención de los y las estudiantes de biología, sin consecuencia inmediatos para la vida diaria.
Cuando se iba haciendo noticia que amplias áreas de bosques fueron taladas para las diversas necesidades, especialmente para usos industriales rápidamente el problema avanzaba. Los ríos estaban contaminados por los residuos industriales. Se tomó conciencia en el mundo entero de los posibles ataques al medio ambiente.
Como una primera reacción se iniciaron programas de reforestación y de purificación de las aguas, cayendo a la cuenta de que esos esfuerzos no eran demasiado útiles centrados como estaban en las consecuencias no en las causas de la destrucción ambiental.
Se continuaba la tala de los bosques, sequía, contaminación de los ríos a pesar de algunos programas nacionales e internacionales. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. El hombre no se conformó, con ser como Dios, sino que quiso ser Dios, el mismo.
Nos consideramos a nosotros mismos dioses, dueños de nosotros mismo; decidir lo que es bueno y lo que no es, constituye la tentación, que plantas son buenas y cuáles no lo son.
El egoísmo está en el corazón de la crisis medioambiental. La mentalidad del “yo” “mío”, no me importa los demás está muy difundida hoy tanto a nivel personal, como comunitario, nacional e internacional.
El rechazo a firmar tratados internacionales sobre el cambio climático, el rechazo a aceptar refugiados por miedo poner en peligro nuestra economía y comodidades. La actitud de “no en mi misma puerta” para negociar la basura, echándola en el patio del vecino. Son sólo ejemplos de esta mentalidad.
El consumismo es una de las causas importantes de la degradación del medio ambiente: come, bebe, y pasa bien.
La televisión promueve el consumismo y valores hedonistas destructivos de la vida. Ya no es posible ignorar por más tiempo los dramáticos retos a lo que nos vemos enfrentados los seres humanos a comienzo del siglo XXI. El crecimiento imparable de la muerte prematura e injusta de millones de hombres y mujeres a causa de la desnutrición y el hambre, la incapacidad para acabar con tantas guerras y genocidios, la resistencia a avanzar hacia una política global más solidaria y responsable ante un futuro de la especie humana, la progresiva destrucción ambiental del planeta, la constatación de la fuerza responsable, depredadora y destructora de los abusos del poder tecnología “nos muestran que el proyecto creador de Dios de una tierra llena de justicia y de paz está siendo aniquilado por los hombres”.
Esta manera de situarse ante el mundo invita a mirar nuestro planeta con una mirada que supera la posesión insolidaria de la tierra y la depredación irresponsable del mundo natural.
La mirada nueva no basta. Es necesario reforzar el vínculo de la solidaridad entre todos los seres que habitan esa casa que es la tierra. No basta buscar soluciones técnicas que vayan resolviendo los efectos destructores del desarrollo tecnológico moderno. Es necesaria una revolución de las conciencias.
Como decía M. Gandhi “el planeta ofrece cuanto el hombre necesita, pero no cuando el hombre codicia”. Es necesario impulsar una dinámica espiritual que haga posible una comunicación justa y solidaria entre todos los pueblos de la tierra.