Álvaro Ruiz Cruz / Opinión / El Aventino

La esperanza es algo constitutivo del ser humano. El hombre no puede vivir sin esperanza; dejaría de ser hombre. El hombre contemporáneo se está quedando sin metas ni punto de referencia.
La sociedad moderna se ha quedado en buena parte, sin horizonte ni orientación. La crisis de esperanza está generando un grave cansancio. Crece la indiferencia, la pasividad la frustración. Son pocos los que se comprometen a fondo para que las cosas vayan mejor. Cada uno se preocupa de lo suyo. Se extiende una cultura narcisista. No interesan las cuestiones colectivas, sino el cuidado del propio cuerpo, la búsqueda de la tranquilidad interior, el equilibrio psíquico.
El bien común no genera ilusión ni concita el esfuerzo el esfuerzo de la gente para crear un futuro mejor.
La indignación ante los abusos e injusticias que afligen a los inocentes. Esta indignación expresa la rabia y la impotencia de las victimas saca a la luz las causas que se ocultan bajo tanto sufrimiento, indiferencia, el conformismo y el autoengaño generalizado.
Nicaragua, mi patria, mi país, con nuestros problemas, uno tras otro, ante una sociedad que todavía no permite expectativas de cambio para los pobres. Cuando la religión cierra el paso a toda novedad considerándola como una amenaza para lo establecido, cuando nadie sabe cómo y dónde podría brotar una esperanza nueva.
Los nicaragüenses que habitamos esta tierra con Lagos y Volcanes, estamos sometidos a presiones fundamentales culturales y económicos bajo pequeñas opciones insignificantes en apariencia, ocultan esclavitudes mayores y a la larga, la pérdida de identidad y la dispersión de la personalidad (moda, consumismos, oportunismos, banalidades…)
La caducidad de los sistemas ideológicos que estructuran la realidad social y personal ha contribuido aún más a la desintegración de la identidad personalizada.
Todos los nicaragüenses buscamos y nos afanamos con ser felices y libres, democráticos. Todos buscamos líderes verdaderos y ciudadanos desinteresados. Todos elegimos a un candidato según nuestros criterios y nuestra conciencia. Pero el camino para alcanzar nuestro destino es distinto del camino que hacemos de nuestra sociedad.
Hay más alegría en dar que recibir, en perdonar que en guardar rencor; hay más felicidad en servir que ser servido, en compartir que en acaparar y acumular “poder”.
Necesitamos ser ciudadanos que descubramos intuyamos, sintamos la necesidad de la comunicación y de la comunidad. Desde el punto sociológico, político económico y periodístico claro está es que no todos somos iguales en dignidad, inteligencia, libertad, voluntad, conciencia y que las diferencias nos complementa felizmente.
Debe ser prioridad ahora que como ciudadanos nicaragüenses nos corresponde pedir perdón, rectificar y cambiar de mentalidad desde lo más profundo de nosotros mismos.
Creo en lo que el pueblo crea, en sus organizaciones que son contradictorias e imperfectas, como cada uno de nosotros, pero sé que de ellas surgirán gentes e ideas que, aunque sea a costa de eliminarlas, tendrán el germen del futuro.